Cómo encontrar un buen amor.
El mundo maravilloso de la lectura llegó a
mí a través de esos cuentos de infancia
que aunque veía completamente lejanos de la realidad, me enseñaron a soñar y a viajar a través de universos fantasiosos
donde todo podía ser posible.
Prefería siempre abrir las páginas donde las hadas madrinas regaban estrellitas mágicas sobre sus
princesas, y los príncipes eran personajes encantados que parecían salidos de perfectas obras de arte
donde no había el más mínimo asomo de infidelidades ni de
hipocrecías.
Yo soñaba
con que uno de esos príncipes impecables en su vestir, en su andar y con esos modales íntegros de caballero, llegara a mi vida. Compartía mis humildes
propósitos con mis amigas de infancia y coincidíamos en lo mismo. Crecí y seguía comparando los
mismos propósitos con mi nuevo círculo
de amigas de la edad y nuevamente coincidíamos, así que empecé a pensar que mi sueño podía ser realidad. Que si las
historias estaban allí escritas era porque esos príncipes talvez podrían saltar
de las páginas de mis cuentos y
convertirse en seres de carne y hueso.
Había leído que el
verdadero personaje se escondía en un
disfraz de animal verde que saltaba entre
las piedras de lagos y pantanos. Que había que besar muchas de esas frias criaturas hasta que uno de ellos se convertiría en el
verdadero príncipe.
Con un tanto de ansiedad y afinando al máximo
los cinco sentidos comencé la travesía procurando mirar detalladamente en cada
rincón para no confundir al príncipe o peor aùn, ignorarlo en medio de las trampas que me tendía el destino a lado y lado del sendero. Talvez hubiera sido más fácil poner a San
Antonio de cabeza en el armario o subir descalza a la montaña más alta con una
lista de promesas a ser cumplidas cuando tuviera al susodicho entre manos. Yo no me atreví a tanto, era mejor confiar en
mis instintos de lectora consumada de fantasias.
Confieso
que al inicio del camino aparecieron muchos de esos animalejos lanzándome miradas atrevidas y hasta
seductoras que hicieron tambalear la seguridad con que yo había emprendido este
camino. Era claro que uno de ellos podía
ser mi príncipe y yo, un tanto inexperta en este tipo de busquedas
exitosas, mordí más de una vez la manzana del pecado y por supuesto echaba a
perder el camino andado.
Los primeros síntomas al besar
al príncipe que no era príncipe eran unas traviesas mariposas en el estómago con un claro aceleramiento
de los latidos del corazón. Luego entraba en un estado de amnesia absoluta y olvidaba
completamente cada una de las páginas rosa que había leído. Todos
estos síntomas desaparecían
al poco tiempo y el proceso de
desintoxicación para volver a emprender la búsqueda era doloroso.
Ellos no tenían la culpa, simplemente estaban
en el camino y yo, ansiosa por abrir la
página donde salía mi personaje listo a declararme su amor,
me equivoqué muchas veces.
Tantas como fue necesario.
El corazón estaba remendado hasta más no
poder y los ánimos a veces decaían por
el cansancio de la travesía. Sin
embargo, de vez en cuando escuchaba una
voz por allá en lo más profundo
de mi ser que me insistía en la paciencia,
en relajar mis sentidos
para que cuando llegara el momento no estuviera exhausta, pues correría el peligro de no entender
la señal. Buen consejo.
Yo había convertido mis cuentos en una
especie de Biblia y creía sagradamente
en todas sus letras, pero a veces me atacaba la duda porque pasaba el tiempo y esa
página que yo esperaba abrir con tantas ilusiones parecía estar completamente
empolvada en un enorme libro abandonado talvez en un laberinto sin salida.
Un día,
cuando mis pensamientos estaban
en un tema distinto al de mis fantasias de cuentos de hadas, tropecé con una de esas piedras de donde usualmente salían aquellos
personajillos que ya me habían confundido tantas veces.
Una silueta se perfiló ante mi mirada
incrédula y por supuesto que me
sorprendió. Pensaba seguir de largo e
ignorarla para no caer
en la tentación de siempre, pero la intución me alcanzó a susurrar algo
al oído. Me detuve y no pronuncié palabra, tenía que ser prudente. Apenas alcanzaba a escuchar mi respiración. El
corazón no se aceleró ni las mariposas revolotearon por mi estómago. Ese era el
punto, algo extraño estaba pasando.
No sabía si tenía que darle un beso a ese
nuevo protagonista para esperar su
metamorfosis o simplemente dejar
que el momento me fuera mostrando lo que
mis ojos querían ver. Alcancé a
sentir un cupido merodeando los
alrededores pero ninguna huella de flechazo.
Sentí miedo. Me preguntaba porqué
esta historia se estaba escribiendo tan distinta a las
otras.
Obviamente mi intención era que cuando mi príncipe apareciera me lanzaría entre sus brazos y sellaríamos
con un largo beso nuestro recién nacido amor.
Aquí
hubo una tremenda fuerza de la naturaleza que me detuvo y me obligó a
pensar, a analizar, a dejar el corazón a un lado para que el cerebro actuara. Todo lo que yo estaba
viviendo mi nuevo huésped
lo estaba sintiendo. Él quiso sorprenderme con su aparición inesperada y yo no pude más
que frenarlo en seco como reacción
por el temor a caer de nuevo en
los juegos anteriores.
Empecé a caminar a su lado con una impresionante cautela,
como si él estuviera dispuesto a atacarme, como si esta vez la historia
fuese al contrario y al besarlo lo devolviera al pantano
oscuro y mal oliente. Que angustia sentía.
Durante ese tiempo inicial
en que comenzamos nuestra
caminata los minutos eran más largos y
yo trataba de descifrar unas instrucciones que estaba escritas en un
lenguaje que no conocía. Sin darme
cuenta estaba entrando en un mundo totalmente ajeno al que había transitado durante toda mi existencia, parecía
como si estuviera descubriendo la
señal que mi voz de la conciencia me
había advertido tantas veces.
Confieso que todavía dudaba, la sensación de tranquilidad y serenidad
que experimentaba me hacía pensar
que todo podría venirse abajo,
que ese mundo de colores que me estaba
dibujando podría quedarse en blanco y negro. Sin embargo me aventuré, como cuando las princesas huían
de las garras de sus detestables
madrastras.
Con los pies bien puestos
sobre la tierra y de una vez por
todas olvidando los pinchazos
que sentí caminando por esos
senderos de espinas, decidí darle vía libre a mis sentimientos. Me
sumergí en las tibias aguas
que me bañaban en ese
momento y que me liberaban de pensamientos que hubieran podido arruinar mis ilusiones.
Ese nuevo ser
entró a formar parte de mi
vida poco a poco y se apoderó de mi
corazón como quien manipula un algodón cuidando hasta su más mínima
hebra. Yo comencé a ver en su rostro los mismos rasgos que
tenían los príncipes de mis
historias, comencé a encajar
cada momento con los renglones
que se escribían en esas páginas
maravillosas en las que yo navegaba cuando era niña. Nunca ví a las hadas madrinas derramando estrellitas pero los instantes eran mágicos, nuestro mundo se convirtió
en un castillo encantado donde los duendes
nos hacían calle de honor como
bendiciendo el nuevo camino que
empezaba.
Hasta aquí puedo decir que la profecía de mis
cuentos había sido más que cierta, que
volar por esos mundos de
ilusiones era la primera señal que el destino me estaba dando
para encontrarme con lo que yo realmente
deseaba.
Debería terminar este cuento
con un colorin colorado pero en
realidad es en la última página donde
realmente comienza la historia. Aún hay una buena cantidad de hojas en blanco
esperando ser testigos literarios de esa
llama que se encendió y que promete estar prendida eternamente.
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