¿Qué tal Londres?





Cuando  era pequeña  vimos en casa  el matrimonio de Lady Diana y el príncipe Carlos  por televisión y mi madre  atraída por la magia de los cuentos de hadas no parpadeaba  al ver  la realeza tan cerca  y  tan lejos.   Por ese entonces  yo  ni me  imaginaba que   pisaría  las  huellas de la fallecida  princesa  en la Catedral de St Paul en Londres, pero por fortuna la vida me premió. 


Debo decir  que la primera impresión al llegar a la capital británica  no fue la mejor.  La mirada  triste de la naturaleza soportando las bajas temperaturas de febrero despertaron en mí una ligera depresión  que  contrastó con la alegría  de saber que el país  de la reina Isabel II  me invitaba a conocerlo desde sus entrañas.

El recorrido de cualquier turista como yo  arranca  por lo más novedoso.  La majestuosa torre del reloj que el mundo conoce  como Big Ben  se erguía frente a la lente de mi cámara que no paraba de disparar, mientras  rios de  gente se aglutinaban  junto a mí  con la misma  intención.  Atrás,   el  caudaloso Támesis era escenario  para  decenas de embarcaciones cargadas de turistas  que  lo navegaban mirando asombrados a lado y lado   construcciones medievales y contemporáneas   que son testigos de la majestuosidad  del Tower  Bridge,  el histórico puente que atraviesa el rio  y se levanta  para dar paso a grandes embarcaciones.

Antes de iniciar  este recorrido  llamó especialmente mi  atención  el transporte público.  Después de salir  de un caótico sistema de movilización en mi querida Bogotá, me encontré  con los  famosos  buses rojos de dos pisos  y con un centenar de taxis   que se resisten  a cambiar su apariencia  para no dejar de ser el símbolo del Reino Unido.  Igual o más atractivo  es  encontrar a los conductores  manejar del lado derecho,  y por supuesto entender  que el sistema vial  también  es contrario al nuestro.  Hasta aquí estaba,   no menos  que muy emocionada de encontrarme en una de las ciudades más visitadas del mundo.

El paseo no era paseo si no veía por lo menos el lugar de habitación  de la Familia Real.  El palacio de Buckingham es un gran bunker en cuyos alrededores  reposan cientos de turistas  con  cámara lista para disparar con la ilusión de encontrarse por lo menos a uno de los miembros  de la realeza  británica. Yo no tuve esa suerte. Lo máximo que mis  fotografías  alcanzaron a registrar  fue el balcón donde  de vez en cuando asoman para darle  un saludito al pueblo en  ocasiones especiales.  De ahí, aprovechando un fin de semana, partí para Windsor a ver si corría con más suerte.  Es el lugar donde la reina  suele pasar los fines de semana además de realizar  sus fiestas  privadas  con otras  familias de su estirpe  de todos los rincones del mundo.  Tampoco  esta vez  tuve la fortuna  de estar con ella en el mismo lugar, pero aproveché para recorrer el hermoso e inmenso castillo  que  narra  letra por letra  cómo  se ha escrito la historia de Inglaterra hasta lo que es hoy en día.  Saber que allí se libraron varias batallas  y que es el castillo más antiguo del mundo aún habitado,  es  un poco más que fascinante.

Seguí caminando por las huellas de la historia  británica y fuí a dar a Oxford,  siempre quise  saber cuál era el secreto guardado de una de las universidades más prestigiosas del mundo.  Mientras  yo buscaba un edificio con un aviso  en la entrada “Universidad de Oxford”,  a mi lado pasaban  varias construcciones absolutamente  antiguas que sirven  de  sedes  para cada una de las facultades. La universidad es la ciudad, o mejor la ciudad es la universidad.   Seguramente a los más intelectuales  el corazón les late con más fuerza cuando se encuentran con las facultades de historia o filosofía, pero  otros,  ansiosos de encontrar otro tipo de novedades,  llegan hasta Christ Church,  una edificación construída en 1525 y que gracias a la magia que  inspira con solo verla,  fue el escenario para el rodaje  de Harry Potter, una de las historias  de ficción más  apetecidas por el mundo entero.

Luego de bajarme del bus de la historia,  continué mi recorrido por la Londres cultural, la de las compras,  la de la lluvia y la del inglés verdadero, como dicen por ahí. Imposible no  hacer un alto en el camino  para abrir el abanico de los  museos, verdaderas  joyas de la corona.   El British Museum, El Victoria and Albert Museum y el Natural History Museum se llevan  algunos de los aplausos por ser los más visitados al lado de otros  tan o más importantes  como  National Gallery, Science Museum, entre otros.  Cada uno de ellos  tiene maravillosas  historias para contar  no solo de la cultura británica;  desde los  museos  viajamos a otros rincones del mundo  y hasta nos devolvemos en el tiempo  para revivir,  entre otras cosas,   las atrocidades de las guerras mundiales. 

Pero el visitante además  de  alimentar el ojo intelectual también quiere  ver  cómo se mueve el mundo del consumismo. Por eso me  aventuré a ir al gran “Harrods”,  una edificación que por fuera  se viste  de  arquitectura antigua  pero  que en sus entrañas  exhibe  lo más  novedoso  en cuanto a moda,    encantos para el paladar  y muestras exóticas de todo el mundo.   Creo que no solo yo caminaba por el lugar con los ojos  abiertos al extremo,  los señores diseñadores europeos  no escatiman en  ponerle precio a sus creaciones, algo  exorbitante  para mi fracturado bolsillo latinoamericano.  Imaginarme  con uno que otro de esos "modelitos" en mi  figura cuarentona me hizo escabullirme de allí y sin darme cuenta caí en otro paraíso para los sentidos. El imperio de  los chocolates.  Aquí no solo los ojos están desorbitados  de ver tantos y tantos  chocolates de todo el mundo,  sino que el sentido del gusto se alborota y pide a gritos  probar por lo menos uno.  Así lo hice. Con unas pocas libras esterlinas,  me dieron  precisamente  unas pocas muestras de  chocolates, pero eso sí, en la bolsita de “Harrods”.  El chocolate  aun no terminaba de derretirse en mi boca cuando escuché el suave sonido  de las burbujas en una copa de champán , imposible  no sentir el placer  de  brindar  con  el exuberante vino espumoso   francés.

El tour  no termina,  otro espacio aún más  grande con un listado de cosas  exóticas  abrió  sus puertas, pero  tal vez  mi ojo acostumbrado a ver las  cositas  criollitas de mi patria, me llevó a lo que para muchos  es de especial atención:  granadillas y tomates de árbol.  Allí reposaban  ellos  con su tarjeta   de presentación  que los acreditaba como colombianos y con un precio digno de extranjeros lejanos.  25 libras esterlinas  un kilo de granadillas, algo así como 70 mil pesitos colombianos.

Con ganas de  retornar a mi tierrita  a contar este sinnúmero de  maravillas   aterricé en la zona conocida como Elephant & Castell, lugar que alberga un buen número de inmigrantes, muchos de ellos colombianos.   Los nuestros, como siempre tan recursivos,  hacen que uno no extrañe  su comidita luego de  soportar  la muy pobre gastronomía inglesa.   Tal vez después de  probar un pescado apanado, con arvejas un tanto  dulces  y unas gigantes papas fritas  durante  varios días  que los ingleses  llaman “Fish and Chips”,  cualquiera sale disparado en busca de una empanadita, una arepa,  una frijolada y  hasta  un aguardientico.   Cuánto extrañé en ese momento mi patria y cuánto la extraño ahora.   

Con un banquete de mi patria   no podía estar más que lista  para alzar la mano y darle un saludo así fuera  a kilómetros a la reina Isabel II que por esos  días  cumplió 60 años  como  cabeza de la monarquía británica.  Tengo que decir que ni el frío ni la lluvia típicas de la región  ahuyentaron a   locales y turistas  que ondeábamos banderas inglesas  mientras  la familia  real y una caravana  de  casi mil embarcaciones,  navegaban  por el rio Támesis. La celebración incluyó concierto con los más reconocidos  artistas  del Reino Unido, así que  como no  tuve oportunidad de ver  a Paul McCartney   en Bogotá, me pude deleitar con su maravilloso talento en su propia  casa.

No terminaban  de  poner en orden  la ciudad luego  de tanta celebración  monárquica  cuando la llama olímpica recorría buena parte del territorio británico  anunciando la apertura  de  los competencias deportivas más importantes del mundo.  Es una lástima  que  mi tiempo de estadía  hubiera llegado a su final justo antes de esta  gran  celebración  por eso  tuve  que  ahogar mis penas  en  un PUB, el lugar preferido de los ingleses  para  tomar una cerveza  al final de la jornada laboral.  Del  PUB  salté al sistema de transporte subterráneo más antiguo del mundo para  despedirme  de estas tierras inglesas.

Una de las muchas lecciones que aprendí y que escribí con letras mayúsculas en mi diario personal, es que un  buen abrigo y  una  calurosa  bufanda nunca  sobrarán en las tierras  inglesas. De esta manera cerré el capitulo dedicado a ese pedacito del mundo con la promesa  de guardarle muchas  hojas en blanco  para seguir escribiendo  todo lo que me faltó ver,  saborear,  olfatear y vivir.







Comentarios

  1. Excelente narrativa flakita, genial las descripciones. Me gusto bastante.
    ahora has uno de las añoranzas de tu país, de tus amigos...ah! pero sin lagrimiar.
    Un abracito flakita y me alegra todo lo que estás viviendo. Te lo mereces...!

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  2. Murano2009 es el grupo musical de mi hijo si no viste el video. Entonces tomé ese nombre porque me gusto y 2009 es el año de creación. De pronto si no has visto el video te invito a verlo en youtube. "muero go loco".
    Antonio

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  3. Gracias Murano 2009 jejej, o mejor Morenito. Claro que voy a escribir uno de añoranzas pero sin lágrimas es imposible con tantos recuerdos gratos. Dónde puedo escuchar Murano 2009??

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  4. Ah! Inicialmente el grupo se llamó MURANO, pero después querían un nombre mas comercial y le colocaron Go Loco. Chiflados que son los chicos. Un abrazo.

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