Vidas Robadas
Jean caminaba a paso rápido
sin destino. Las nuevas cerraduras le hacían casi imposible su trabajo. Y es
que Jean era un ladrón de casas. Pensaba en sus opciones cuando de pronto la
vio... una puerta con las llaves puestas. Se detuvo y se giró buscando algún
dueño, pero no había ningún alma en la calle. Giró la llave y entró a una
vivienda que parecía vacía. Colgó las llaves sigilosamente en un portallaves que se encontraba justo a la derecha de la
entrada bajo un retrato original de arte
renacentista que Jean no alcanzó a notar. De repente las escaleras de madera chirriaron. Jean contuvo la respiración. Estuvo por unos segundos petrificado detrás del muro
en forma de arco construído en piedra y que le daba un aire medieval a la enorme
vivienda. Se sentía todavía el calor de
la chimenea apagada recientemente y un cierto aroma de leña que lo transportó
de inmediato a su triste infancia. Tiritando del frio se acercó a la chimenea
en medio de la oscuridad, se encogió y
nuevamente sintió la madera de las escaleras emitiendo un ligero crujido. Estaba acostumbrado al riesgo.
No pocas veces estuvo a punto de ser descubierto. Esperó un poco. Era casi la
media noche, había visto la hora en su reloj antes de percatarse de las llaves colgadas
en la cerradura. Tenía hambre y el frio que le golpeaba los huesos le subía
desde los pies húmedos. Los años ya le estaban pesando. Se quedó todavía unos minutos cerca de la
chimenea y un cierto alivio se le impregnó en la piel. Por fortuna un rayo de luz
de la calle que se filtraba por la
ventana le permitió moverse sin tropezar mientras buscaba algo de valor para
saciar su sed de ladrón. Todo parecía estar limpio y en orden. Él buscaba y solo veía objetos desposeídos de capacidad seductora que no merecían ser robados, hasta que sus sentidos adiestrados y conocedores del arte de la
estafa lo llevaron a un ángulo que emitía cierto brillo. Una vitrina. Encendió su diminuta y profesional linterna y
apuntó al interior. Se acercó al vidrio. Una felicidad lo cubrió de pies a
cabeza. Observó insistentemente el contenido entre sorprendido y emocionado.
Estaba perdiendo tiempo precioso. Se encontraba de frente a una maravillosa espada romana perfectamente conservada que colgaba de un clavo dorado. Jean sí que sabía de armas antiguas. Su abuelo,
antes de caer en desgracia logró una gran colección de espadas, cimarras y
estoques; una más espectacular que la otra.
En esas estaba cuando sintió de nuevo
el crujido de la escalera de madera que se convirtió en pasos acelerados en
descenso. Jean apagó la linterna y se quedó en su sitio con el corazón a mil. Una diminuta
figura que se movió con ligereza se le coló
por entre las piernas girándole en torno. El cuerpo de Jean comenzó a temblar. Unos ojazos felinos se hicieron visibles en la oscuridad al tiempo que
un gruñido hacía sentir su descontento. Jean se apuró y prendió de nuevo la linterna con la mano todavía
temblorosa tratando de encontrar la cerradura de la vitrina. Esta vez la suerte no lo acompañó. La llave
no estaba y el gato seguía a su lado en tono amenazante.
Una mascota doméstica no
me puede arruinar el plan, pensó mientras trataba de ver cómo abrir la
vitrina.
- - Sally, ¿ qué
sucede? Preguntó una voz anciana desde
el piso de arriba. ¿Eres tu Jean?
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