¿A quién desenmascara Papa Francisco?
Justo por
estos días cuando el Papa Francisco se ha
robado todos los aplausos, los corazones y las
miradas del mundo entero, me estuve
acordando de mis años escolares, aquellos
en que la fantansía rondaba mi mundo y pensaba que entre nosotros se escondían seres
celestiales.
Estudié en
una escuela con convento, o mejor en un convento con escuela. Recuerdo
que al final de uno de los pasillos donde estaban varios salones de clase había una puerta que comunicaba al
convento con un letrero, solo un letrero, que impedía el paso. Esas pocas letras hacían
que mi curiosidad se
impacientara. Mientras estábamos
en clase el fantasma de la tentación por descubrir qué había detrás de esa puerta no me atacaba, pero cuando la campana anunciaba el recreo había algo
que me inquietaba
y mis ojos se dirigían hacia esa
misteriosa entrada.
De pequeña
nunca le pregunté a mi madre sobre la
vida secreta de los religiosos pero a
simple vista me daba cuenta que había un cierto misticismo y una
adoración absoluta por todo lo que sonara a religión. Talvez
por eso buscaba en la mirada de las monjas a ese Ser Superior que mi madre veneraba
tanto y del que estaban más cerca ellas,
yo creía, por haber escogido ese estilo
de vida.
Más de una vez
estuve tentada a abrir esa enigmática puerta y descubrir qué o quienes se escondían
al otro lado . Talvez yo también me encontraría de frente con ese Dios
y podría hablarle sin necesidad de intermediarios ni recitando letanías,
pero cuando ya estaba decidida a entrar siempre había una mano invisible que me halaba de los
cabellos y me devolvía al punto inicial
acelerando el corazón hasta casi sacarlo
del pecho, lo que para mí indicaba, en ese entonces, que era mejor dar marcha atrás. Que era mejor
seguir viviendo en la fantasía.
La puerta
siempre permaneció ahí, sin llave, sin
seguro, sin nada que no me permitiera entrar,
solo la voz inquisidora de mi conciencia
que tenía más miedo que yo de encontrarse con algo que rompiera la magia. Porqué las monjas no se dejaban ver el
cabello? Porqué ellas siempre permanecían
tan limpias y pulidas sin necesidad de
esconderse tras una máscara de maquillaje ni darle color a las uñas o a los
labios? Tal vez pensaba que eran seres celestiales.
El tiempo
pasaba y yo continuaba a respetar los patrones de nuestro Credo tratando
de descifrar el enigma que escondían
los predicadores. Recuerdo que en las novelas y
series que veía mi madre, los
religiosos eran inmaculados y dueños de una sabiduría absoluta y por supuesto tenían siempre el remedio espiritual para los enfermos del alma.
No sé en
qué momento mi mente empezó a transformarse. Talvez cuando sin tener que atravesar pasadizos secretos la realidad me fue quitando las vendas de los
ojos. Esos seres que yo veía con un aura infinitamente pura, resultaron ser de
carne y hueso como yo, como mi madre. Con
sentimientos, con iras, con miedos, como yo, como mi madre.
Ese telón
se me terminó de caer cuando un amigo homosexual me dijo: Te presento
a mi novio, es sacerdote. Desde ahí comencé a despojarme de prejuicios, de mis miedos a aceptar que el mundo corre velozmente
y que debo caminar a su ritmo sin detenerme a mirar lo que quedó atrás.
No sé
porqué me devolví en el tiempo y llegué otra vez a la puerta del convento de las monjas
que se mostraba abierta de par en
par invitándome a entrar, a conocer ese mundo que yo había creído superior
e inalcanzable. Esta vez tuve la
valentía de entrar, de recorrer los largos
pasillos para encontrarme con lo que ya sabía. Ví a unos
portando la tabla de los mandamientos y a otros con códigos de señalamiento y condena por caminar en contravía. Que importa, ya nada me sorprendió. Entendí que
somos una especie única, que llegamos al mundo en envolturas
distintas pero bajo la misma esencia. Que somos tan puros como pecadores.
No sé si
suena ridículo o convincente, pero
cuando rios de gente aclaman y veneran a Papa Francisco siento una
ligera felicidad de ver esa figura que en principio creí más cercana de las llaves del cielo, bajando
de su trono y mezclándose entre los mortales. Simplemente ha dejado ver el as baja la
manga, ha revelado el secreto. No hay nadie superior, caminamos sobre el mismo suelo, todos tenemos
defectos, todos tenemos virtudes.
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