MARIA DOMENICA




María Doménica. Así se llama ella. Tiene 92 años, muchos más de los que imaginó llegar a tener. Nació en Basilicata, una región al sur de Italia y creció en el campo, al lado de sus abuelos, sus padres y cinco hermanos más. Marìa nació contemporáneamente a figuras como el escritor italiano  Italo Calvino, la famosa Maria Callas y nuestro Ramón Valdez "Don Ramón".


Para escribir esta historia era imposible realizar una entrevista normal disparando preguntas y esperando respuestas. Fue mas fácil colarme entre esos recuerdos dormidos y escudriñar un baúl de hechos extraordinarios que todavía fluyen sin ninguna presión.



De niǹa, dice que era bastante inquieta y despierta. No olvida cuando abandonó la escuela para dedicarse a trabajar haciendo mandados a una familia rica por unas pocas liras, o cuando su abuela la sentaba en el regazo para instruirla con sabios consejos que aun hoy pone en practica.
De aquella época también conserva viva la imagen de su abuelo analfabeta haciendo cuentas con frijoles para pagar jornales y comercializar bestias.

En sus aǹos de adolescencia María fue testigo de la Segunda Guerra Mundial. Recuerda que vivió los años más trágicos prácticamente escondida en campos lejanos de los bombardeos con su familia, comiendo lo que la naturaleza les proveía y, porqué no decirlo, apoyando lo que ellos creían correcto, las órdenes de Mussolini. De hecho uno de sus hermanos partió para combatir en la guerra y nunca más regresó.


Esos años que sumieron al mundo en un profundo dolor, le trajeron a Marìa el amor verdadero. Dos hombres se pelearon su corazón pero ella se decidió por Vincenzo con quien se casó en 1942, antes de cumplir los 20 años. De esa unión que duro casi siete décadas solo le quedan los términos mas dulces y los recuerdos mas gratos. El otro pretendiente era su vecino de casa a quien rechazó porque su padre se embriagaba y agredía a la mujer. María no estaba interesada en comprobar si èl, había heredado esta mala costumbre.



Ella reconoce que fue criada a la antigua y que el mundo ha cambiado para mal. Me asegura con las cejas arqueadas casi enojada que jamas ha endosado un pantalón, que para eso su marido los usaba. En teoría, porque en la práctica , el timón financiero de la casa siempre lo condujo ella.
No sabe lo que es tener los ojos o los labios maquillados ni esmalte en las unas y no se explica como se puede caminar con zapatos de tacón y plataforma, pero no pasa mas de un mes sin someterse al ritual de los "bigudies" para enroscar sus rebeldes y odiados cabellos lisos que hoy, por supuesto, son completamente blancos.

Un día de esos en que continuamos alimentando sus recuerdos, ella se devuelve a los aǹos cincuenta cuando, recién llegados a la llanura padana al norte de Italia, su marido, por circunstancias del destino, perdió documentos y trabajo. 
Sin pensarlo dos veces, Marìa, con dos hijos que alimentar, se le midió a trabajar como “Mondariso”, una labor completamente fatigosa y típica de principios del siglo XX en Italia, que consistía en estar la entera jornada entre los cultivos de arroz, con la espalda inclinada, sin calzado alguno y con el agua hasta las rodillas, con el objeto de liberar de la maleza las delicadas y recién cultivadas semillas del cereal. Dos temporadas resistió y salió victoriosa pese al rechazo inicial por su prácticamente “condición de inmigrante”.



La verdadera felicidad laboral le llego tiempo después cuando la voz que corría entre sus vecinas y conocidas era que una de las grandes industrias textiles de la zona estaba en busca de personal. Obviamente sin ninguna experiencia se presentó, fue aceptada y durante las siguientes dos décadas vivió entre hilos, maquinas de coser y telas, hasta que logro el precioso día de la jubilación.


De esto hace ya más de treinta anos y su vida sigue como en la juventud. La mañana se levanta y toma una taza de café con leche muy azucarado como para encender motores y luego se pierde entre tareas de casa.
En su vocabulario no existen la pereza ni el cansancio aun después de haber soportado, hace un par de aǹos, una delicada operación de reconstrucción del fémur de su pierna izquierda. La misma que fue mordida por una serpiente en la infancia. Ambas situaciones la tuvieron al borde de la muerte en distintos periodos de su vida.


Una jornada  normal transcurre entre la cocina y el lavadero. No es raro encontrarla un día horneando pan o pizza, preparándose la pasta en casa con harina y agua, limpiando pescados o desplumando pollos, y no tiene reparo en pasar de la estufa al lavadero porque aun mantiene la tradición de lavar a mano. - Se conserva mejor la ropa- me dice ella y yo le creo, mientras leo en sus manos, víctimas del reumatismo, y en su dulce mirada el inevitable paso de los aǹos.


Marìa aun recorre las calles de la ciudad donde vive para ir a la farmacia, al mercado, a la panadería o al templo a elevar una plegaria a la virgen. En ocasiones, cuando el clima es favorable, simplemente va a pasear en compañía de su bastón para darse baños de sol contemplando jóvenes y adultos que ruedan en sus bicicletas como lo hacia ella hasta hace unos pocos anos.


Esta dulce abuela de tres nietos nunca se va a dormir antes de la media noche y no se pierde ninguna emisión de noticias en televisión. Por el contrario, es fiel a los programas de opinión, típicos en Italia, y está al tanto de lo que sucede en la altas esferas de la política.


Esta historia podría prolongarse y continuaríamos nadando entre las aguas quietas de su memoria casi intacta, o podría terminarla con la pregunta casi que obligada para una persona de su edad. ¿Cómo ha hecho para vivir tanto y conservarse en óptimas condiciones? No hay respuesta porque no hubo pregunta.


Entendí que el único modo para estar vivo no está en  dejar el azúcar, ni salir a correr en las mañanas o dormir las ocho horas reglamentarias. El secreto está en AMAR LA VIDA. 




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