Besos enmascarados

Fue una tarde de otoño. Llovía tanto. Practicamente chocamos al ingreso del bus. Él dejó caer algunas cosas. Yo sin paragüas y  con  mil cosas en mano le ayudé a recoger. Subimos. Nos sentamos uno frente al otro, empapados.  Me miró, me sonrió.  Esos ojos color almendra apuntaron directamente a alguna parte de mi ser interior, de mi virilidad. Mientras se organizaba ví su libro de griego  y se me escapó alguna frase en griego. Se sorprendió, me respondió en la misma lengua. Reímos. Se rompió el hielo. ¿Un café? ¡Claro! Pasamos bien. En casa una culpa me golpea en la cabeza.  Otro encuentro. Y otro más. Un Gin tonic. Un beso. !Me gustas! Siento fuego que me sale por los poros. Nos fundimos entre sábanas. Sus cabellos color dorado se enredan entre mis dedos. Cierro los ojos y me dejo arrastrar. Estoy confundido. Nuestros cuerpos extasiados no quieren desprenderse. Escapo. Otro encuentro. Debo hablarle. Mi monotonía se rompe. De repente la música es más sonora, vemos la televisión, riego su jardín, cantamos y danzamos.  Le regalo flores, chocolates. Cuando sus manos blancas y delicadas me arrancan las ropas resbalo en la plenitud.  Oh Dios, debo hablarle. Sus besos tienen el sabor del amor, los míos están enmascarados. El tiempo pasa. No puedo más, estoy cansado. Llego a casa, a mi realidad.  Siento una dulce mano que me acaricia, nuestras miradas se encuentran. No puedo huir, el mundo se detiene por un huésped malévolo. Martín me besa, me abraza, desnuda su cuerpo y me deja ver su alma triste. Yo me lanzo en un silencio malvado.  Él me robó el amor, se lo acomodó en su corazón blando.  Martín me interroga. Las palabras duelen,  están sofocadas en la garganta. Me siento en un mar abierto y no sé a dónde me llevarán las aguas cuando esta tormenta pase.

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