Don Tito por el mundo



Miércoles. Día de encuentro del papa Francisco con sus fieles en Roma. Ahí estamos don Tito y yo. Él, cercano a los noventa años y yo, cincuentona. Él, tan colombiano como yo pero más entregado (mucho más) a los mandamientos del cristianismo. Y no solo eso: Aventurero, emprendedor, predicador.

Esta historia podría ser una más de un fiel cristiano que logra un encuentro con el patriarca de la iglesia católica y basta. Pero detrás hay mucha tela de dónde cortar.

No es frecuente ver un hombre de avanzada edad con la fuerza vital de un jovencito y que atraviese el planeta para vivir su proprio peregrinaje en tierras lejanas. Justamente por eso nació la idea de escribir estas letras. 

Todo comenzó durante el periodo de la pandemia. El virus del covid buscando presa fácil se instaló en su cuerpo llevándolo a un limbo temporal que puso en vilo a su entera familia. Cuando despertó,  lejos de los colmillos furiosos del agresivo virus, aseguró que una fuerza divina le otorgó la gracia de volver a la vida bajo una única condición: predicar la palabra sagrada. Absolutamente agradecido y convencido de que  para nutrir su sermón estaba obligado a conocer de primera mano los acontecimientos en el lugar donde hicieron historia,  alistó maleta, pasaporte y se embarcó en un viaje desde Ibagué hasta la ciudad de Milán en Italia como primera parada pero con la mirada puesta en la tierra donde tuvo inicio el cristianismo: Jerusalén.

Don Tito no falta a la misa diaria, camina kilómetros y kilómetros pregonando con un megáfono la palabra de Dios  y tiene la vocación de servicio  tatuada en el alma desde siempre. En el registro anagráfico de Rovira en el Tolima también lo conocen muy bien, pues por allá pasó las nueve veces que se presentó para registrar a sus hijos. 

Para los primeros días de septiembre ya se encontraba en el medio de los hemisferios oriental y occidental  con una de sus hijas y su yerno en el viaje que ni él mismo lograba creer: Jerusalén en todo su esplendor se presentó con su cupula dorada en el fondo. 

El triángulo de las tres religiones monoteístas le abrió paso  por esas calles empinadas que recorrió Jesúscristo, según la historia sagrada,  y que sobreviven al tiempo y a las multitudes. Don Tito las caminó  sin prisa y sin pausa en medio de mezquitas, iglesias y sinagogas. En medio de creyentes fervorosos, turistas curiosos y agnósticos sedientos de páginas repletas de historia. 

Quisiera haber sentido el latir de su corazón al instante en que se inclinó ante “el santo sepulcro” o cuando tuvo delante de sí el grande muro de los lamentos. Me conformo con su rostro sonriente y satisfecho después de una tal experiencia. 

Dentro del carrusel de fotos que compartimos de su emocionante viaje pude verlo flotando en las saladas aguas del mar muerto convencido de sus virtudes medicinales y dándose un baño  en el rio Jordán.  Durante una semana estuvo asomado a esa ventana histórica que logró acomodar en su memoria en un modo más claro y conciso los argumentos para dirigirse a la comunidad que lo sigue desde hace un buen tiempo. Su interés claramente estaba en lo sagrado y lo divino del lugar, en respirar ese aire que alimentó la humanidad de Jesús, en dejarse arrastrar por las aguas claras  de la espiritualidad.

Don Tito de fragilidad no tiene nada.  Un par de días después de volver a Italia mostrando apenas una sombra de cansancio se encaminó hacia Roma. En este viaje me monté yo y nos fuimos  al encuentro con el papa Francisco. Otra maratón le esperaba en la ciudad eterna que es un teatro sin fin.  Filas, controles de seguridad,  caminatas, júbilo, miles y miles de turistas, peregrinos de todo el mundo, religiosos  confirmando su vocación, un sol resplandeciente de fin de verano, una misa, dos y hasta tres presenciamos dentro de la catedral de San Pedro. El momento más significativo lo vivió sin duda cuando a pocos metros de distancia en la plaza de San Pedro logró saludar al Papa. Su expresión de júbilo me lo dijo todo.

Las jornadas con él son maratónicas, pero en un momento de paz y en el que mis pies me pedían piedad,  le pregunto si está muy cansado o si tiene algún dolor; él me responde con su mirada  nostálgica: Si, me duele no tener cincuenta años menos, mija.

Esa frase me conmovió. Comprendí que a sus 89 años está tratando de poner freno a la velocidad con la que avanzan ahora sus días.  Comprendí  también que él mismo, como desafiando al universo, se organizó el itinerario que a mi modo de ver es la ocasión de ponerse en paz con su yo interior. 




En la fila para entrar a la audiencia con el Papa


En la plaza de San Pedro en Audiencia con el Papa

Don Tito en Jerusalén


Don Tito en el muro de los lamentos

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